Ruido diario #106

En esos comedores donde el bullicio es constante, la música que odian los talibanes resulta menos chocante. Los comensales más que saberse las letras, memorizan cada centímetro cuadrado de los cuerpos prohibidos. Hombres que babean; hombres que obligan a sus esposas a esconderse en un burka y no salir de casa sin permiso. Con tanto movimiento de caderas y tanta cara varonil desencajada, no es de extrañar que los talibán arremetieran contra la música, no ya por extranjera o estridente, sino por ser obra del mismo diablo.

A los Talibanes no les gusta la música

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