RUIDO DIARIO #122
Los déspotas modernos dedicaron mucha atención a la construcción de su imagen pública, al cuidado del estilo y de la pose en los discursos y apariciones públicas. Si hubiese que concretar en un caso histórico el “tipo ideal” de “autoridad carismática” que teorizó Max Weber, ese sería Hitler. El liderazgo de Franco tuvo, por el contrario, poco de carismático y para ejercerlo no necesitó de la dramatización. Ni de la voz. Era atiplada y sonaba casi infantil, poco agradable. Nunca empleaba una entonación variada y sus discursos eran monótonos y aburridos. ¿Para qué quería una dicción clara, armónica o limpia, una voz que transmitiera credibilidad y seguridad? Franco no conquistó el poder dirigiendo un partido de masas, ni nunca tuvo que convencer a los votantes. Llegó al mando supremo a través de las armas y después ya se encargó la Iglesia de moldear su imagen de “gran católico cruzado”. Era el elegido por la divina providencia para guiar a los españoles por el buen camino. Pese a su voz atiplada y poco enérgica.