MIGUEL A. GARCÃ?A: Armiarmak

December 3rd, 2008

Armiarmak

Miguel A. García teje como las arañas (armiarmak, en euskara) un complejo entramado de sonidos, referencias, tiempos y narraciones. Y para mí, uno de los editores de este blog a quien le gustaría escribir algo interesante y/o sugerente sobre su último disco, esa complejidad es fuente de muchísimas ideas y sensaciones sobre las que escribir, y fuente a la vez de una gran dificultad para expresarlas con las palabras más adecuadas y articuladas.

El disco me produce reflexiones sobre lo que sería por un lado lo emocional, cálido y accesible en la música, y por otro lado lo que seria más frío, seco, abstruso, exigente para el público y un poco más neutro (consciente de la imposibilidad de la completa neutralidad). Llamemos a lo primero lo dulce, y lo frío a lo segundo. Precisando un poco más, llamo dulce a las melodías, a las sugerencias de grandes e impresionantes espacios que nos llevan a dimensiones narrativas, a lo espectacular y a los efectismos, a las bolas de frecuencias graves que hacen que nos vibren las tripas, a las partes violentas muy distorsionadas… Creo que es precisamente en esta dicotomía dulce/frío donde se encuentra este trabajo de Miguel Ã?ngel. Sabe trabajar con lo poco emocional, y en las primeras escuchas lamenté el que no fuera así todo el disco. Las partes más cálidas las veía como los puntos por los que cojeaba el trabajo, y en cambio, después de unas cuantas escuchas, me pareció que son precisamente esos mismos puntos los que completan el trabajo y lo salvan de ser algo demasiado impenetrable.
En una comparación con otra disciplina artística como la pintura, El cuadrado negro sobre blanco o El cuadrado blanco sobre blanco de Malevich, vistos en libros de historia, serían un buen ejemplo de lo distante, desafectado y lo casi neutro. Pero es al verlas en directo cuando apreciamos el dulce: El rastro de la pincelada y la plasticidad de la pintura aportan el punto sensual, y eso es que salva a estas obras de ser impenetrables o fríos en exceso.
Y ya comparando una disciplina que trabaja con imagen con una que trabaja con sonido, me atreveré a afirmar que el sonido juega con ventaja en cuanto a la capacidad penetrante. Claro que las imágenes pueden sugerir mucho y afectar, pero la música posee una gran facilidad para colársenos por no sabemos dónde y emocionar con muy pocos y muy simples elementos (dos notas o un harmónico pueden bastar). Tantas escenas de cine que nos han hecho llorar a miles de espectadores, ¿hubieran conseguido todas el mismo efecto sin banda sonora? Se puede hablar hasta de poder manipulador, y precisamente en el cine la música ha sido muchas veces el recurso para evidenciar el carácter de cada escena y dirigir las sensaciones del espectador. Y el dirigir contradice la noción de que el espectador completa la obra. En vez de dejar que el receptor de alguna forma analice, se le embriaga con harmónicos y se le impresiona con efectismos. Aquí estoy hablando, claro, de aquello que hemos llamado dulce.
Armiarmak me lleva a pensar que quien maneja sonidos debe tener cuidado con esta capacidad de penetración. No debe caer en el uso excesivo de lo dulce con el fin de no atentar contra el oyente y utilizar además un recurso demasiado fácil para la creación. Y tampoco debe prescindir totalmente de ello, para que el resultado no sea impenetrable, y para no desaprovechar una cualidad de la música. Miguel Ã?ngel lo aplica, colocando el disco en el equilibrio. No se me malinterprete, no es éste un disco que combine pequeñas texturas secas con sinfonías épicas, pero esas texturas suelen ir acompañadas de pseudo-melodías o grandes reverberaciones y bolas de graves que aportan el punto dulce sobre la que ya me he repetido demasiado (y es que quiero asegurarme de que se me entienda bien).

Cambiando de tema, pienso ahora en algunos elementos que hay por el disco, llamémoslos raros. Son dos…o tres. Elementos que nos hacen preguntarnos si realmente hemos oído bien. Encontramos la primera en la pieza Suge arrosa: Una especie de sonido de motor de aspiradora que aporta, a mi parecer, un punto cómico. Al igual que Itapoa (for Rafael Flores), en la que la aparición de unas trompetas tiene también cierto toque cómico, si lo vemos en el contexto del disco entero. Pero el más interesante de las tres es la que se encuentra en Achupenos. La más interesante y la más escondida, disimulada. No se reconoce qué es, pero hay algo que extraña, que nos hace echar para atrás y volver a escuchar. Suena sutilmente, bajo la maraña de los demás sonidos, pero lo suficiente para decir “¿Qué es eso?â€?.
Valoro mucho estos elementos raros-cómicos disimulados, y más en este tipo de música en el que se ha solido criticar una excesiva seriedad y solemnidad (nada más lejos de la realidad, tienen toda la razón). Aportan frescura, y hacen ver que es una persona quien está haciendo todo ese sonido. Una persona de carne y hueso, con sus experiencias, y que se ríe de vez en cuando.

Y esto es cuanto tenía que decir. Si tuviera que resumir el disco en una frase, y volviendo a lo dicho al principio, diría que es una telaraña muy rica en su complejidad.

Oier Iruretagoiena.

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