Dedalu es una pieza de media hora en la que las frecuencias evolucionan lentamente según un esquema repetitivo genuinamente minimalista. Este planteamiento formal es tan sencillo en su concepción como difícil de ejecutar con éxito sin caer en la repetición superflua o el hastío. En mi opinión, este es un tipo de composición ideal con la que trabajar cuando los intereses de un artista se centran en las cualidades tímbricas antes que en ningún otro aspecto del sonido. Y en cuanto a timbres y armónicos, Oier Iruretagoiena parte de algunas ideas eficaces que se van sucediendo con un finísimo sentido de la cadencia rítmica. Pero que nadie espere encontrar aquí música convencional. Esta pieza es un recorrido que propone, sobre todo, una exploración sonora en la que el paso del tiempo se deja sentir como si fuese algo real y tangible. Los tonos no forman melodías ni acordes al uso, sino más bien capas de sonidos imbricados que resultan en un paisaje sonoro irreconocible y complejo que deja, al final de la escucha, la sensación de haber tenido una experiencia a la vez musical y orgánica. El gran logro de Dedalu es que mantiene un equilibrio entre todos los distintos parámetros del sonido: la estructura es extremadamente repetitiva pero la acertada sucesión de elementos impide que la conciencia del oyente se desentienda de la escucha; los sonidos empleados no son bucólicos, pero tampoco hay estridencias ni clichés efectistas propios de muchos trabajos de ruidismo. En Dedalu percibo, sobre todo, tensión. Una tensión que me atrapa y en la que me complazco. Es como ese bucle de un sólo compás de batería que te gusta tanto que te pasas horas escuchándolo y termina por convertirse en el fondo sonoro de tus pensamientos. Cuando termina su escucha, Dedalu permanece vivo dentro del oyente.
Durán Vázquez