Siempre se habla del color del sonido como metáfora plástica y nunca se cuestiona si hay sonidos que no se aguantan, que no se pueden ver o saludar.
El sonido se esconde en el interior de un cuerpo físico esperando agitarse, nacer, crecer,…y si tiene suerte, quien sabe, hasta reproducirse. El sonido habitual produce tranquilidad, sosiego, como cuando sales de casa a por el periódico y te cruzas con gente del barrio. En cambio, el sonido extraño, lejano, extranjero te turba, te inquieta y despide desconfianza. Si te cruzas con él asiduamente pasa al bando de los habituales, pero si los rechazas o te rechazan se vuelven sonidos peligrosos, que te acechan, y pueden atacar en cualquier momento y arrebatarte ese sosiego sonoro y placentero de lo cotidiano. El sonido habitual se siente invadido por el extraño, teme por su casa, por su familia, por su trabajo…no habla su idioma. El extraño en cambio espera su turno, habla bajito y casi nadie le escucha, pero espera su turno. Existe el sonido nómada, que viaja a su ritmo intercambiando experiencias con uno y otro, pero sin llegar a estrechar lazos muy afectivos. El sonido amigo, que lo tenemos al lado pero nunca nos acostaríamos con él, o el sonido padre, del que muchas veces se reniega por caduco. Existe el amor a primera vista entre sonidos, y la culpa no es de cupido sino de Pitágoras. ese amor se corrompió cuando la familia logró aumentar hasta doce; Aunque entre hermanos es normal pelearse de vez en cuando, siempre te llevas mejor con uno que con otro.
Aunque todas las culturas se vean reflejadas en sus músicas, los sonidos se llevan mejor entre ellos que las personas.
Iban Urizar
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