I.A.L.
1994
…
Me metieron en un furgón, esposado a la espalda. Fue un viaje muy duro ya que no nos dieron nada de comer ni de beber, además tenía ganas de orinar. El viaje se me hizo muy largo y duro.
…
Llegamos a Madrid y el recibimiento fue apoteósico. Había un montón de guardias civiles metiendo mucho ruido, lanzándonos insultos y amenazas. También me empujaban y daban golpes al pasar. Debíamos llevar la cabeza agachada.
Pasé mucho miedo. Subí unas escaleras y me llevaron a un departamento. Me hicieron unas cuantas preguntas, pero no me pegaron. Después me llevaron abajo, y allí sí que fue duro. Ellos me hacía un montón de preguntas, pero yo no conocía la respuesta. Me ataron las manos a la espalda y los tobillos con una cinta adhesiva. Comenzaron a golpearme con la mano abierta en la cabeza y en la cara, de abajo hacia arriba ya que yo estaba con la cabeza agachada todo el tiempo. En un momento dado, me colocaron una bolsa de plástico en la cabeza. Me la apretaron en torno al cuello y me iba quedando si aire. No perdí el conocimiento, pero estaba muy mal. Me hicieron la bolsa dos veces. Un poco más tarde, trajeron una máquina que al pasármela por la espalda me daba calambres. No sentía mucho ya que me habían golpeado bastante. Después me pasaron la máquina de electricidad por la espalda, por las nalgas y en el pecho, levantándome la ropa para aplicármela. La máquina era un rectángulo más grande que un paquete de tabaco del que salían dos especie de antenitas. Al principio los calambres eran suaves, pero fueron creciendo en intensidad. Yo estaba colocado a una distancia de unos 2 metros de la pared, con la cabeza agachada. Cuando me pasaban esa máquina, debido a la descarga que sentía daba un salto y me golpeaba con la cabeza contra la pared. Mientras duraba todo este interrogatorio, me iban dando golpes sobre todo en la cabeza y con la mano abierta, amenazas, insultos… También tuve que hacer un montón de flexiones, ponerme de pie y bajar hasta cuclillas, casi hasta la extenuación. No sé. Duraría unas cuantas horas. Había perdido toda la noción del tiempo.
…
Estaba muerto de miedo.
…
Me volvieron a bajar, y me hicieron otro interrogatorio, pero esta vez estaba solo. Me dieron más golpes y me pasaron otra vez la máquina de los electrodos. Eran golpes dados con la mano en la cabeza y patadas de cintura hacia abajo. Vino alguien que parecía ser jefe y me dijo “Ahora ya vas a ver tú, hijo puta”. A partir de aquí fueron todo preguntas, una detrás de otra.
…
Le vi muy mal. El estaba mirando contra la pared y yo me mantenía en el otro lado de la celda. Me dijo que había oído como si a alguien le hubiesen puesto la bolsa y le hubiese dado un infarto o algo al corazón. Estaba muy nervioso. La luz estaba continuamente apagada. Otra vez me metieron en la celda con otro chico …
Estando en las celdas, lo peor eran los ruidos que se oían: abrir y cerrar la puerta, golpes…
Me metieron y me sacaron un montón de veces de la celda para hacerme interrogatorios. Yo sabía que había más gente detenida porque oía más ruidos. Una vez oí golpes, como si a alguien le golpearan contra la pared. Eran golpes secos.
…
En estos interrogatorios no me pegaron fuerte ya que estaban preocupados por no dejar marcas.
…
En una ocasión, me metieron en un coche y me llevaron a otras dependencias. La música estaba muy alta. Yo llevaba la cabeza agachada. Allí me hicieron unas preguntas, me tuvieron unas cuantas horas, y después me devolvieron al otro edificio.
Antes de pasar ante el juez, el último día, estuvieron tres guardias civiles conmigo, presionándome para que no declarase haber sufrido torturas. Me decían que tenían a mi hermano, que sabían dónde vivía yo y dónde vivía mi novia… Yo estaba muerto de miedo. Me decían que tuviese cuidado con lo que hacía tras quedar en libertad, que no denunciase torturas, que ya volverían ellos porque sabían dónde vivía y no me iban a dejar vivir en paz.
Me llevaron a declarar a la Audiencia Nacional. En el furgón de traslados y luego en los calabozos del juzgado pude ver a otros detenidos. Ante el juez Carlos Bueren, no dije que me habían torturado ni el trato que había sufrido ya que sabía que mi hermano seguía detenido, y pensaba que mi padre también podía estarlo. Así que me entró mucho miedo. Pero lo que más me fastidió fue la conducta del juez. Veía cómo estaba, pero no hacía nada. Además decretó mi ingreso en prisión incomunicada, y en la cárcel de Carabanchel me metieron en aislamiento en un módulo celular.
…
La tortura física es dura, pero más lo es lo que hacen psicológicamente. El modo tan violento en el que entran a casa, las amenazas, algunas frases que dicen, todo eso se queda grabado en la mente y lo vas recordando aún cuando quedas en libertad. Cuesta salir adelante. Además ellos sabían que yo no tenía nada desde un principio.
…