UN CARAMELO CONTEMPORÃ?NEO
Sábado, Septiembre 6th, 2008El concierto que Arditti quartet ofreció el pasado lunes en el Kursaal de Donostia fue un lujo. Lujo, por la acústica del espacio en el que se desarrolló el evento, lujo por lo exquisito del concierto, lujo por el (popular) precio de la entrada y lujo, porque cualquier concierto de la Quincena siempre tiene ese tinte de elegancia, en algunos casos quizás exagerado y en otros necesario… o no tanto.
Tengo que admitir que cada vez que me expongo a estas situaciones (un tanto inusuales para mí) no puedo evitar prestar más atención (o por lo menos tanta) a lo extra-musical que a lo estríctamente musical. Me encanta observar este tipo de acontecimientos sociales en las que las características del momento redimensionan inevitablemente lo musical, y lo procesan tal y como lo haría un efecto sonoro cualquiera (Miguel Prado lo confirma en el artículo anterior). El espacio, las reacciones de la audiencia, el significado político de los lugares… todos ellos son métodos de procesamiento que cambian nuestra forma de escucha y por tanto pueden cambiar irremediablemente los valores implícitos en la propuesta artística.
En el caso concreto del concierto del cuarteto Arditti, este hecho fue más que visible. Ante un aforo, aunque no repleto pero lleno a media sala, la actuación dió comienzo ordenadamente siguiendo los canones de la música clásica, con sus tres llamadas de rigor para la audiencia. Irvine Arditti y sus compañeros se presentaron también al modo clásico: aplausos nada más pisar el escenario, reverencias, partituras, más aplausos, más reverencias… en otras palabras siguiendo el protocolo de la música clásica o “culta” que diría Alessandro Baricco. Sin embargo, la extremada delicadeza de su propuesta contrastó con un público que muchas veces no esta acostumbrado a vivir este tipo de situaciones y por momentos puede reaccionar de formas insospechadas. Y todos los que el otro día nos reunimos en la sála de cámara del kursaal fuimos testigos de un ejemplo muy clarificador de este hecho, que ahora relataré:
Tras una excelente primera parte de concierto y antes de comenzar con la segunda parte, un señor de avanzada edad entró justo tras el último aviso en la hasta entonces silenciosa sala, eligió asiento (casualmente cerca del nuestro) y sin quererlo (aunque no estoy seguro de ello) abrió la caja de pandora. Aquello fué sentarse y ofrecer un concierto en solitario: toses, gruñidos, telefono móvil sonando, movimientos de todo tipo y sobre todo, un apoteósico final que dejó atónitos a todos los presentes, incluidos los músicos en escena. Durante los últimos compases de una espectacular interpretación de cuarteto nº2 de Ligeti, que además cerraba la actuación del cuarteto, al señor (¿deberíamos de llamarlo tambien músico? ) no se le ocurrió otra cosa que abrir un caramelo reineta, (probablemente uno de los caramelos más sonoros que conocemos) generando con tan pequeño e aparentemente inofensivo objeto el caos en el escenario. El sr Arditti fue el primero en perder los nervios y sucesivamente todos los componentes llegaron a perder la concentración precisamente en un momento tan especial como el último minuto de la pieza de Ligeti y por consiguiente de la hora y media del concierto. El señor reineta ni se inmutó, ni ante las amenazadoras miradas que Arditti y los suyos le lanzaban desde el escenario ni ante las que el público le dedicó (deberíá de decir, dedicamos). Aún más, lejos de limitarse a ello, al finalizar el concierto (ante el disgusto de los músicos en escena, uno de los cuales movía la cabeza de izquierda a derecha mirando al suelo diciendo “no me puedo creer que haya pasado esto”) fue la única persona de toda la audiencia que aplaudió la actuación poniéndose en pie…. Por un momento pensé (y supongo que todos los alli presentes pensaron algo similar) que se aplaudía a sí mismo, o quizás al cuarteto, pero más que por su actuación, por aguantar estóicamente semejante prueba.
De una forma o de otra lo que dejo claro este, no se si llamarlo anécdota, interferencia, intervención, casualidad o directamente sabotaje, es la fragilidad y la falta de flexibilidad que esta música autodenominada como contemporánea muestra ante las diferentes situaciones públicas a las que se puede enfrentar. Evidentemente se trata de una música diseñada para degustar en silencio, sin amplificación y cómodamente, para lo cual el espacio elegido en esta ocasión se presentaba perfecto, pero…. no nos debería dar que pensar que un simple señor con un caramelo reineta pueda frustrar un concierto que guarda tanta información, tanta densidad, horas de ensayo.. a fin de cuentas tanta historia?
En un mundo gobernado por el ruido constante tiene alguna lógica definir esta música tan exigente como contemporánea?
Debería la contemporaneidad (en este caso en la música) ser más consciente de las realidades sociales y culturales y adaptarse a ellas en vez de resguardarse cual cadáver exquisito para contadas ocasiones?
Independientemente de este posible debate (los que me conozcais sabeis que me encanta debatir), vuelvo a insistir en la necesidad de socializar este tipo de propuestas artísticas, porque aún con el añadido del “efecto reineta”, la música interpretada brillantemente por Arditti nos ofreció momentos brillantes (las interpretaciones de las composiciones de Pascal Dusapin, Francisco Guerrero y Györgi Ligeti fueron realmente impresionantes) que independientemente de los gustos personales deberían de ser consideradas como un tesoro cultural.
Xabier Erkizia
PD: Paradógicamente acabo de encontrar en la red una entrevista realizada por el diario méjicano “Jornada” a Irvine Arditti en la éste que reivindica el carácter social de la música. Una aportación más al debate propuesto:
‘La música, al igual que las demás expresiones artísticas, es siempre el reflejo espiritual e intelectual de una sociedad. Sin ella seríamos un mundo mecánico, carente de alma, una suerte de sociedad primitiva. La música es sin duda una reflexión social”.